Aquella tarde no tenía mejor cosa
que hacer, por lo que, cuando la hermosa joven se presentó en mi casa, vendiendo
calendarios de sobremesa en taco, dejé que me detallara, una por una, las múltiples
ventajas del producto: una página para cada día del mes, números bien grandes, santos,
efemérides, espacio para notas y un sorprendente reverso que escondía anécdotas,
refranes y chistes. Me sentí obligado a comprar uno de sus calendarios y, en
qué estaría yo pensando, a firmar una suscripción anual. De por vida.
Años
después, al final del sexto taco, la mañana del 25 de Diciembre, arranqué la
hoja superior como tenía por costumbre. Al desprenderla me molestó comprobar
que le faltaban varias páginas al calendario, de tal forma que los días saltaban directamente
de la Nochebuena a la Nochevieja. No le di mayor importancia, hasta que recibí una
llamada de mi hermano. De forma seca, sin saludar, me preguntó si me dignaría a
compartir esa noche las uvas con la familia o si, por el contrario, volvería a
darles plantón. Pensé que se trataba de una inocentada prematura. Poco después,
la cabecera del periódico me sacó de mi error. Algunos pierden el mechero,
otros la cartera, a mí se me habían perdido seis días de Navidad.
Corrí a comprobar el calendario del año
siguiente, que ya había recibido por correo. Se me erizaron todos los vellos
del cuerpo. Al séptimo taco le faltaban siete días.
Desde entonces no he dejado de
recibir puntualmente, año tras año, un maldito taco cada vez más delgado. He
perdido la Navidad, la Semana Santa, y parte de las vacaciones de verano. Eso
sí, todo hay que decirlo, desde que perdí el día de mi cumpleaños, me conservo
de maravilla.
Este microrrelato ha sido publicado también en La Esfera Cultural
Versión traducida al francés en Lectures d'ailleurs