domingo, 23 de enero de 2011

EL VIEJO







            Sentado sobre una silla de madera con base de esparto raído y oscuro, junto a la pared, solía encontrarme a mi abuelo. Hombre y silla eran un solo mueble, y como tal, ignorado por los adultos reunidos en aquella cocina. No sé qué fue primero, si el aislamiento o la locura, pero lo cierto es que el viejo, como solía llamarlo mi padre, se desconectó de un mundo donde ya sólo era un estorbo. Llenaba las horas con susurros ininteligibles y aspavientos en el aire. 

            No siempre fue así. Hubo un tiempo, siendo yo un mocoso, en el que el abuelo Pedro me miraba a los ojos sonriendo, me obsequiaba con carantoñas y piropos, y me hablaba de la guerra mientras me hacía trotar sobre su única pierna sana. “Fue la metralla” me decía, cuando le preguntaba sobre aquella pernera de su pantalón que, sujeta con un imperdible, ocultaba lo que para mí era todo un misterio. Dos muletas apoyadas en un rincón lo escoltaban allá donde estuviese. 

            Lo que no mutiló la guerra lo hizo la soledad. El abuelo dejó de levantarse de la cama salvo para ir al baño. El golpeteo amortiguado de las muletas en el terrazo del pasillo llegó a ser la única prueba de que el viejo seguía vivo. Creo que los adultos dejaron de oírlo.

            Años después estaba ayudando a mi padre a arreglar una persiana cuando sonó el teléfono. Apenas pronunció un par de palabras antes de colgar. Su semblante era serio. Se quedó un instante mirando al suelo. “El viejo ha muerto”, dijo, y continuó con su trabajo. 



8 comentarios:

  1. El abuelo Pedro supo dejar a salvo las carantoñas y los piropos en el corazón de su nieto, antes de partir a ¿quien sabe a donde?.
    Me gusta tu blog lo seguiré de cerca.
    Un abrazo

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  2. Me alegro de que te guste, Cristina. Tú eres una de las artífices de que me haya decidido a publicar este blog, así que gracias por tu apoyo.

    Un abrazo.

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  3. Qué triste, Peter.
    Siempre te leo agusto.

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  4. a gusto, perdón.
    Oye, y no firmo porque no sé.
    Agur
    Iñigo

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  5. Es triste pensar que nosotros podamos llegar a esa situación, o no...
    Como siempre un artista, socio

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  6. Me gusta.

    A veces olvidamos los tesoros.
    Y a veces, sacados de la rueda del mundo, tenemos que crearnos uno propio en el que vivir.

    Lo viejo no sirve. Y sin embargo es tan rico y tan importante mezclarnos. Y seguir mirando a nuestros mayores como personas. Respetando su momento que será el nuestro. Por la vida. Por lo que somos.

    Es el final de una vida.
    A mi me parece un preámbulo.

    Abrazo
    Espe

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  7. Tienes razón, Espe.

    En esta cultura de la obsolescencia programada, la juventud parece un divino tesoro y la vejez un maldito inconveniente.

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  8. Esther Santamaría10 de febrero de 2011, 0:35

    Cuánta tristeza y soledad traídas de tu mano de manera tan bella.
    El abuelo sigue vivo en ti, ya no está solo.

    Un gustazo compartirlo,

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