lunes, 31 de enero de 2011

DEVASTACIÓN




             Por favor, hija, no llores. Plantaremos otro árbol. El que tú quieras. Compostaremos nuestros residuos para nutrir la tierra. La humedad de la nieve y la escasa luz que se filtra a través de las nubes, hará el resto. Cuando dé frutos, recolectaremos sus semillas y repoblaremos, con paciencia y trabajo, éste gélido e inhóspito desierto. Volverá a ser nuestro paraíso.
            
             Ya sé que, muy probablemente, éste sea el último. Pero cariño, entiéndelo, si no lo talamos, moriremos de frío.



domingo, 23 de enero de 2011

EL VIEJO







            Sentado sobre una silla de madera con base de esparto raído y oscuro, junto a la pared, solía encontrarme a mi abuelo. Hombre y silla eran un solo mueble, y como tal, ignorado por los adultos reunidos en aquella cocina. No sé qué fue primero, si el aislamiento o la locura, pero lo cierto es que el viejo, como solía llamarlo mi padre, se desconectó de un mundo donde ya sólo era un estorbo. Llenaba las horas con susurros ininteligibles y aspavientos en el aire. 

            No siempre fue así. Hubo un tiempo, siendo yo un mocoso, en el que el abuelo Pedro me miraba a los ojos sonriendo, me obsequiaba con carantoñas y piropos, y me hablaba de la guerra mientras me hacía trotar sobre su única pierna sana. “Fue la metralla” me decía, cuando le preguntaba sobre aquella pernera de su pantalón que, sujeta con un imperdible, ocultaba lo que para mí era todo un misterio. Dos muletas apoyadas en un rincón lo escoltaban allá donde estuviese. 

            Lo que no mutiló la guerra lo hizo la soledad. El abuelo dejó de levantarse de la cama salvo para ir al baño. El golpeteo amortiguado de las muletas en el terrazo del pasillo llegó a ser la única prueba de que el viejo seguía vivo. Creo que los adultos dejaron de oírlo.

            Años después estaba ayudando a mi padre a arreglar una persiana cuando sonó el teléfono. Apenas pronunció un par de palabras antes de colgar. Su semblante era serio. Se quedó un instante mirando al suelo. “El viejo ha muerto”, dijo, y continuó con su trabajo. 



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