Fotografía obtenida de Google
Han dejado de incomodarme la condescendencia, el trato
preferente y todas esas miradas de compasión de las que soy objeto. He decidido
aceptarme y aprovechar la nueva perspectiva que me brinda la silla de ruedas
para observar el mundo que me rodea. Por extraño que parezca, es como si lo
estuviera contemplando todo por vez primera. A lo largo de aquellos años
borrosos que dediqué a transportar fruta, catorce horas diarias, nunca tuve
tiempo para detenerme a mirar nada, hasta que me quedé dormido al volante.
La realidad
que estoy descubriendo me llena de tristeza. La mayoría de la gente no parece
disfrutar de la vida. Pasan de largo por ella a una velocidad en la que es
imposible apreciar nada. Como yo en mi camión. Tienen piernas pero no
disponen de tiempo, y sus zancadas les llevan cada día al más absoluto de los vacíos. A la más voraz de las insatisfacciones.
En lo fugaz de una mirada al pasar, hay quien solo ve en mí un cuerpo con ruedas que invita a sentirse algo más
afortunado por un instante. Es curioso, hay ocasiones en las que, mirando el mundo desde aquí abajo, siento, -¡qué locura!-, que el afortunado soy yo.
Este microrrelato participó sin éxito en el II Concurso de Microrrelatos Sobre Discapacidad.