El
comandante de la Guardia Suiza nunca llegó a cruzar el umbral. Su cuerpo sin
vida yacía boca abajo sobre las vetas ensangrentadas del suelo travertino, a
escasos centímetros de la puerta. Tras ella, aislado del mundo, se hallaba
reunido el cónclave cardenalicio.
El oficial
de la gendarmería vaticana tomaba declaración al joven alabardero, presunto autor del homicidio.
Con voz temblorosa, el soldado justificaba su actuación alegando que su comandante
se había vuelto loco, y que trató de derribar la puerta mientras deliraba
acerca del infierno.
– ¿Del infierno?–Se
extraño el oficial. Fuera, la multitud congregada en la plaza, estalló entre
vítores y aplausos.
–Sí… bueno…
decía… que todos arderían… supongo que hablaba d… del infier…– Un chillido cortó
el aire. Al instante, miles de gritos angustiados empujaron al gendarme a
asomarse a la ventana.
Desde la chimenea
de la Capilla Sixtina ascendía un delgado hilo de humo blanco. Pocos metros por
debajo, desde las ventanas, brotaba una espesa humareda negra.
Este microrrelato ha participado sin éxito en la III edición del Certamen Getafe Negro.