En artículos anteriores
he dejado entrever la importancia que le otorgo a nuestra responsabilidad como
consumidores en el propósito de colaborar con un profundo cambio económico,
medioambiental, social y cultural. En nuestra mano está la decisión de qué
comprar, para qué comprar y a quién comprar. Estas decisiones, cuando no son
tomadas de manera consciente, suelen estar motivadas por cuestiones tan
variadas como las modas, la publicidad o el precio, dejando fuera de nuestra consideración
otros factores de mayor importancia, como el respeto de los derechos humanos y
del trabajador, la salud o el medioambiente.
Una de las consecuencias de nuestra manera de consumir,
sumada a la fiebre del crecimiento constante que padecen los empresarios, es la
denominada obsolescencia programada.
Es decir, fabricar algo con la intención de que su duración o utilidad sea
limitada en el tiempo. Los mecanismos para lograr esta práctica, que atenta
contra el sentido común, pueden ir desde un cambio de formato en los
consumibles (con lo que el aparato original queda inservible), la utilización
de materiales de calidad inferior, la inclusión de características más
sofisticadas en los modelos nuevos, el regalo de un aparato a cambio de contratar
los servicios asociados (como en el caso de la telefonía móvil) e incluso la instalación
de mecanismos específicos que impidan el funcionamiento de un artículo tras un
determinado tiempo de uso. Un caso paradigmático es el de la bombilla, que
desde 1924 y debido a la presión de un cártel compuesto por los principales
fabricantes de bombillas de EE.UU. y Europa, se limitó su duración a un máximo
de 1000 horas. Conviene recordar que las primeras bombillas de Edison tenían
una duración de 1800 horas o de que existen modelos como la bombilla centenaria de Livermore, que lleva encendida desde 1901 de forma ininterrumpida.
Hoy os presento el documental “Comprar, tirar, comprar”, una producción española dirigida por la
directora Cosima Dannoritzer, en el que
veremos algunas de las graves consecuencias que la obsolescencia programada
tiene sobre todo en los países más pobres, que sirven en primer lugar como
fuente de recursos naturales y de mano de obra barata, para convertirse después
en los basureros que acogen los desechos tecnológicos obsoletos del primer mundo.
Feliz fin de semana.
"Comprar, tirar, comprar"
Esto ya lo había visto buceando por aquí. No sé donde leí que las mismas empresas que hacen esto compran los derechos de patente de productos o inventos que reducirían las compras al introducir mejoras en el producto,(como el famoso ejemplo de las medias sin carreras). ¿ Incentivar o promover el reciclaje en los paises que mencionas les ayudaría a crear empleo y deshacerse de o aprovechar esos residuos? ¿ Podría generar riqueza para ellos eso de alguna manera? Porque me parece mucho más factible a corto plazo esto que intentar cambiar la mentalidad primer-mundista.
ResponderEliminarMuy interesante, Pedro. Esto de la obsolescencia programada ya me interesó al escribir mi ensayo "El sistema". Lo ofrezco en descarga gratuita desde mi blog para quien esté interesado.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo,
PABLO GONZ
Gracias Pedro por compartir conocimientos.
ResponderEliminarBesos desde el aire
Gracias Montse, Pablo y Rosa, por pasaros a regar las plantas y evitar que la obsolescencia echase raices en este jardín. Un abrazo triple.
ResponderEliminarBIenvenido a tu blog! (No queda muy bien que lo diga yo pero bueno, me alegra que estés de vuelta).
ResponderEliminarUna petición:
¿Me puedo llevar tu Creer es crear a mi sección Deja tu huella? (Es mi caja de los tesoros.)
Por supuesto que puedes, Montse, para mi sería todo un honor. Gracias por la bienvenida a éste que también es tu blog :-D
ResponderEliminarGracias. Ya lo tengo. Puedo modificar, añadir o cambiar algo si te parece. Gracias!
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