Imagen obtenida de Google
Me
ha llegado la hora de partir. Mi pobre madre, haciendo verdaderos esfuerzos,
trata de ahogar su sufrimiento mientras mi padre le toma de la mano, visiblemente
afectado. Les observo desde mi realidad invisible, flotando a un metro sobre la
cama. Me invade un profundo sentimiento de gratitud y cariño. No podía haber dado
con una familia mejor. Me entrego totalmente a esta cálida sensación de amor
hasta que la oscuridad me envuelve por completo y me succiona.
Una cegadora luz, al final del túnel, me devuelve la visión. Es tan intensa que me cuesta soportar el dolor de mis ojos cuando cruzo el umbral. Me muevo por el aire rodeado de seres ajenos a mi familia que me sonríen con la mirada. Me siento aturdido. Uno de ellos, consciente de mi angustia, decide depositarme sobre el pecho de mi madre y, solo al escuchar sus latidos, dejo de llorar.
Dedicado a Esther Navarro por su imprescindible labor.
Muy bueno, Pedro. Me gusta este micro que le da un sentido distinto a la vida más allá de la vida. Bien hilvanado, con las dosis justas de emoción y un lenguaje muy bien medido.
ResponderEliminarUn abrazo,
Me recordó esto que publiqué yo hace... ¡dos años!, escrito no sé cuantos años antes. Puf, cómo pasa el tiempo.
ResponderEliminarhttp://microrrelatosalpormayor.blogspot.com.es/2011/01/otra-vez.html
Fue justo la misma frase final la que ha hecho que te ponga el enlace, algo que no suelo hacer.
ResponderEliminarPero... era demasiado.
Si, es un poco mágico, como bien apuntas
Introduces sensibilidad, buena dosis de emoción, expectación y satisfacción. Me resulta entrañable, enigmático y poético. Una perfecta convinacion. Al final el latido es lo que nos une.
ResponderEliminarMe ha encantado leerte.
Saludos cordiales.
Muy bueno, Pedro, con un gran final. Saludos...
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