Aquel
espejo, a juicio de su dueña, había perdido la mejor de sus propiedades; confirmar,
sin distorsión alguna, el esplendoroso reflejo de su belleza. Una mañana se
hartó y decidió regalárselo a un mercader amigo suyo, especializado en cachivaches.
Él, en agradecimiento, le dejó probar su exclusiva y novedosa máquina de la
verdad. Tras comprender el funcionamiento de aquel ingenio mecánico, ella se
apresuró a formular la pregunta que la llevaba atormentando desde hacía semanas.
Accionó la palanca, se produjo un traqueteo, y pocos segundos después, una
pluma de cisne comenzó a desplazarse sobre la superficie de un pergamino para trazar
la respuesta:
–Blancanieves
es…
La mujer,
indignada, arrojó su corona contra el suelo.
– ¡Mentiras!–
gritaba–. ¡Todo son mentiras!
Este microrrelato participó sin éxito en la segunda edición del concurso No Me Vengas Con Historias.