Si hay alguna creencia limitante acerca
de las capacidades físicas y psicológicas del ser humano que se haya impuesto sobre
las demás a lo largo de las últimas décadas, esa es sin duda la de la herencia
genética. Desde su perspectiva, nuestro organismo está a merced de unos genes
que parecen condicionar totalmente aquello que somos y, lo que es más
frustrante, aquello que podemos llegar a ser, condenándonos a ser víctimas de
ese inamovible determinismo genético. Habrá quien saque provecho de esta
asunción, para atribuir al legado biológico de sus antepasados desde la falta
de sensibilidad artística hasta la torpeza en actividades deportivas, pasando,
por supuesto, por un variado catálogo de enfermedades. La mayoría, sin embargo,
consideramos que la herencia genética, al igual que las herencias
patrimoniales, a veces conllevan deudas asociadas con las que no queremos lidiar.
Uno de los nuevos campos de la
biología con mayor proyección es el de la epigenética, o lo que
es lo mismo, la rama que investiga la biología por encima, o más allá, de la genética. Los hallazgos
en este campo son asombrosos y tiran por tierra muchos de los supuestos,
aceptados durante años, de la visión determinista de la genética. Al igual que
Newton enunció las leyes físicas que se suponía regían a toda la materia (y que
la física cuántica demostró que no eran válidas a nivel subatómico), la
genética ha establecido una especie de ley por la cual todo organismo, desde
las amebas hasta el ser humano, está supeditado a la información
contenida en sus genes sin que pueda hacer nada para evitarlo de forma natural.
La epigenética ha venido a demostrar que el factor decisivo que influye en el
desarrollo celular no es el gen, sino el medio ambiente en el que el organismo
se desenvuelve, y que esa influencia es la que determina si un gen se
manifiesta o no y de qué manera lo hace.
La forma en la que el ambiente y el
organismo interactúan ha sido muy bien definida en el concepto de autorregulación organísmica u homeostasis, y que se resume como la
tendencia de todo organismo a buscar el equilibrio cada vez que el entorno en
el que se encuentra varía. Para que esta autorregulación pueda darse tiene que
haber un proceso de recogida de datos del exterior, una interpretación de los mismos y la elaboración posterior de la respuesta más adecuada para el restablecimiento
del equilibrio de ese binomio organismo-entorno. La epigenética ha descubierto
que esa respuesta condiciona la actividad de los genes, que no serían más que
patrones de base, capaces de manifestarse en 30.000 variaciones diferentes.
Esto lo cambia todo, por las
implicaciones que tiene cuando lo extrapolamos al conjunto de nuestro cuerpo,
que no deja de ser un conjunto de 50 billones de células que a su vez se
agrupan en comunidades especializadas. Es el entorno en el que nos
desarrollamos, o más exactamente, la percepción del mismo, lo que condiciona realmente lo que somos o podremos llegar a ser
como individuos. No somos víctimas de nuestros genes, sino los directores de
orquesta que deciden cuando y de qué manera interviene cada uno de esos genes
para lograr un continuo equilibrio con el medio en el que vivimos.
Sabemos que el objetivo primario de
todo organismo es sobrevivir, pero el objetivo último es crecer, desarrollarse y
evolucionar. Hay dos caminos para sobrevivir: El primero es protegerse de
cualquier amenaza que pueda proceder del entorno a través de un proceso de blindaje, lo cual impide el intercambio natural de información entre el exterior
y el interior, dejando al organismo totalmente aislado. El segundo camino es, como
hemos visto, interactuar con el entorno para buscar el mejor modo de adaptarse
a él, llegando incluso a colaborar con otros organismos para dar una respuesta
más optimizada. Solamente uno de los dos caminos posibilita el crecimiento, el
segundo de ellos.
Y tú, ¿creces o te proteges?
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Hoy os presento al Dr. Bruce Lipton,
un experto en biología celular que tras dejar atrás sus etapas de investigador
y docente, se dedica a la divulgación de sus propios descubrimientos acerca del
papel predominante que desempeña la membrana de la célula, a la que considera
el verdadero cerebro de la misma, frente al sobrevalorado núcleo. Estoy leyendo
uno de sus libros, “La biología de la
creencia”, y no deja de asombrarme capítulo a capítulo. Una de sus
afirmaciones más sorprendentes, sobre todo para aquellos que no contemplen la
realidad energética del cuerpo humano, es que la membrana celular no sólo
responde a estímulos químicos, sino también a estímulos energéticos, como las
microondas, los campos electromagnéticos, o… los pensamientos. Desde su postura,
la losa de la herencia genética, es decir, las enfermedades asociadas a ella, se
activa por la creencia firme del individuo de que así va a ser. Es lo que se conoce como efecto nocebo.
No sé vosotros, pero yo creo que merece la pena que no
dejemos de cuestionarnos nuestras creencias y que tratemos de percibir el mundo
del modo más amable posible. Nuestro organismo lo agradecerá.
Feliz fin de semana.
Estoy casi convencida que mi frustración es esa necesidad de crecer dentro de mi coraza de protección = imposible.
ResponderEliminarMuy interesante, veré los vídeos con detenimiento. Abrazos!!
Eso mismo nos pasa a muchos, Maite. Lo bueno es que se puede cambiar, y eso, quieras que no, es un respiro. Ahora sólo hay que dar el primer pasito: empezar a contemplar el mundo que nos rodea con la confianza de que no hay nada que no seamos capaces de afrontar. Despues de todo, los mayores miedos están provocados por situaciones que no han ocurrido.
ResponderEliminarGracias por tu incondicional apoyo a esta sección y un abrazo.
¡Ja! mucha "tela marinera" traes hoy, Pedro. Soy de la creencia de que si desde que eres niño te llaman tonto, un ejemplo, al final acaba por asumir que así es. Estamos acostumbrados a que nos digan "estás enfermo, tomate esto" y ni nos planteamos que eso no sea así.
ResponderEliminarEn fin, que creo que estaría escribiendo sobre le tema y no es lugar.
Otra entrada interesante y constructiva que echarse a la mente.
Besitos
Con respecto a lo que comentas, Elysa, parece que hasta los seis años grabamos en nuestro subconsciente los mensajes que recibimos de los adultos de referencia (padres, familiares, cuidadores, etc.)convirtiéndolos en nuestras creencias. Esas creencias actúan como programas informáticos ejecutándose en memoria residente, es decir, sin ser conscientes de ellos. Por eso, a veces, lo que deseamos hacer desde nuestra mente consciente nos cuesta tanto conseguirlo, porque quizás entre en conflicto con una de las creencias limitantes que asumimos cuando éramos niños.
ResponderEliminarLa buena noticia es que las creencias se pueden cambiar.
Un abrazo.
aupa peter
ResponderEliminareste hombre me parece un crack. mientras leía el libro siempre venia a mi mente la misma idea.
si nosotros somos el centro de operaciones de obsolutamente todo el funcionamiento de nuestro cuerpo,tanto consciente como incoscientemente (el corazón late, respiramos, movemos una pierna etc..) tenemos que ser, por ende, los únicos capaces de revertir y manejar todo aquello que ocurre en él. solo tenemos que dejar de creernos que otros con sus pastillas o sus investigaciiones son lo únicos capaces de poner remedio a lo que acontece en nuestro maravilloso unvierso de 50 billones de células.
un abrazo hobbit
La medicina alternativa es algo que sabe de sobra, el efecto placebo es la prueba más evidente de que nos curamos nosotros mismos, pero mientras no se encuentre el modo de ganar dinero con estas evidencias, seguirán haciéndonos creer que la medicina alopática es la mejor a pesar de sus múltiples efectos secundarios y de que solamente parchea los síntomas.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias, Pedro.
ResponderEliminarMe ha parecido apasionante esta entrada. Creo que nada es inamovible y lo más complicado es desaprender lo aprendido.
Estoy en la onda de lo que cuentas en tu texto.
Un abrazo,