viernes, 16 de septiembre de 2011

OTRAS HISTORIAS: El mito genético


            Si hay alguna creencia limitante acerca de las capacidades físicas y psicológicas del ser humano que se haya impuesto sobre las demás a lo largo de las últimas décadas, esa es sin duda la de la herencia genética. Desde su perspectiva, nuestro organismo está a merced de unos genes que parecen condicionar totalmente aquello que somos y, lo que es más frustrante, aquello que podemos llegar a ser, condenándonos a ser víctimas de ese inamovible determinismo genético. Habrá quien saque provecho de esta asunción, para atribuir al legado biológico de sus antepasados desde la falta de sensibilidad artística hasta la torpeza en actividades deportivas, pasando, por supuesto, por un variado catálogo de enfermedades. La mayoría, sin embargo, consideramos que la herencia genética, al igual que las herencias patrimoniales, a veces conllevan deudas asociadas con las que no queremos lidiar.

            Uno de los nuevos campos de la biología con mayor proyección es el de la epigenética, o lo que es lo mismo, la rama que investiga la biología por encima, o más allá, de la genética. Los hallazgos en este campo son asombrosos y tiran por tierra muchos de los supuestos, aceptados durante años, de la visión determinista de la genética. Al igual que Newton enunció las leyes físicas que se suponía regían a toda la materia (y que la física cuántica demostró que no eran válidas a nivel subatómico), la genética ha establecido una especie de ley por la cual todo organismo, desde las amebas hasta el ser humano, está supeditado a la información contenida en sus genes sin que pueda hacer nada para evitarlo de forma natural. La epigenética ha venido a demostrar que el factor decisivo que influye en el desarrollo celular no es el gen, sino el medio ambiente en el que el organismo se desenvuelve, y que esa influencia es la que determina si un gen se manifiesta o no y de qué manera lo hace. 

            La forma en la que el ambiente y el organismo interactúan ha sido muy bien definida en el concepto de autorregulación organísmica u homeostasis, y que se resume como la tendencia de todo organismo a buscar el equilibrio cada vez que el entorno en el que se encuentra varía. Para que esta autorregulación pueda darse tiene que haber un proceso de recogida de datos del exterior, una interpretación de los mismos y la elaboración posterior de la respuesta más adecuada para el restablecimiento del equilibrio de ese binomio organismo-entorno. La epigenética ha descubierto que esa respuesta condiciona la actividad de los genes, que no serían más que patrones de base, capaces de manifestarse en 30.000 variaciones diferentes.

            Esto lo cambia todo, por las implicaciones que tiene cuando lo extrapolamos al conjunto de nuestro cuerpo, que no deja de ser un conjunto de 50 billones de células que a su vez se agrupan en comunidades especializadas. Es el entorno en el que nos desarrollamos, o más exactamente, la percepción del mismo, lo que condiciona realmente lo que somos o podremos llegar a ser como individuos. No somos víctimas de nuestros genes, sino los directores de orquesta que deciden cuando y de qué manera interviene cada uno de esos genes para lograr un continuo equilibrio con el medio en el que vivimos. 

            Sabemos que el objetivo primario de todo organismo es sobrevivir, pero el objetivo último es crecer, desarrollarse y evolucionar. Hay dos caminos para sobrevivir: El primero es protegerse de cualquier amenaza que pueda proceder del entorno a través de un proceso de blindaje, lo cual impide el intercambio natural de información entre el exterior y el interior, dejando al organismo totalmente aislado. El segundo camino es, como hemos visto, interactuar con el entorno para buscar el mejor modo de adaptarse a él, llegando incluso a colaborar con otros organismos para dar una respuesta más optimizada. Solamente uno de los dos caminos posibilita el crecimiento, el segundo de ellos.

            Y tú, ¿creces o te proteges?


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            Hoy os presento al Dr. Bruce Lipton, un experto en biología celular que tras dejar atrás sus etapas de investigador y docente, se dedica a la divulgación de sus propios descubrimientos acerca del papel predominante que desempeña la membrana de la célula, a la que considera el verdadero cerebro de la misma, frente al sobrevalorado núcleo. Estoy leyendo uno de sus libros, “La biología de la creencia”, y no deja de asombrarme capítulo a capítulo. Una de sus afirmaciones más sorprendentes, sobre todo para aquellos que no contemplen la realidad energética del cuerpo humano, es que la membrana celular no sólo responde a estímulos químicos, sino también a estímulos energéticos, como las microondas, los campos electromagnéticos, o… los pensamientos. Desde su postura, la losa de la herencia genética, es decir, las enfermedades asociadas a ella, se activa por la creencia firme del individuo de que así va a ser. Es lo que se conoce como efecto nocebo

            No sé vosotros, pero yo creo que merece la pena que no dejemos de cuestionarnos nuestras creencias y que tratemos de percibir el mundo del modo más amable posible. Nuestro organismo lo agradecerá.

            Feliz fin de semana.





7 comentarios:

  1. Estoy casi convencida que mi frustración es esa necesidad de crecer dentro de mi coraza de protección = imposible.
    Muy interesante, veré los vídeos con detenimiento. Abrazos!!

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  2. Eso mismo nos pasa a muchos, Maite. Lo bueno es que se puede cambiar, y eso, quieras que no, es un respiro. Ahora sólo hay que dar el primer pasito: empezar a contemplar el mundo que nos rodea con la confianza de que no hay nada que no seamos capaces de afrontar. Despues de todo, los mayores miedos están provocados por situaciones que no han ocurrido.

    Gracias por tu incondicional apoyo a esta sección y un abrazo.

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  3. ¡Ja! mucha "tela marinera" traes hoy, Pedro. Soy de la creencia de que si desde que eres niño te llaman tonto, un ejemplo, al final acaba por asumir que así es. Estamos acostumbrados a que nos digan "estás enfermo, tomate esto" y ni nos planteamos que eso no sea así.
    En fin, que creo que estaría escribiendo sobre le tema y no es lugar.
    Otra entrada interesante y constructiva que echarse a la mente.
    Besitos

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  4. Con respecto a lo que comentas, Elysa, parece que hasta los seis años grabamos en nuestro subconsciente los mensajes que recibimos de los adultos de referencia (padres, familiares, cuidadores, etc.)convirtiéndolos en nuestras creencias. Esas creencias actúan como programas informáticos ejecutándose en memoria residente, es decir, sin ser conscientes de ellos. Por eso, a veces, lo que deseamos hacer desde nuestra mente consciente nos cuesta tanto conseguirlo, porque quizás entre en conflicto con una de las creencias limitantes que asumimos cuando éramos niños.

    La buena noticia es que las creencias se pueden cambiar.

    Un abrazo.

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  5. aupa peter
    este hombre me parece un crack. mientras leía el libro siempre venia a mi mente la misma idea.
    si nosotros somos el centro de operaciones de obsolutamente todo el funcionamiento de nuestro cuerpo,tanto consciente como incoscientemente (el corazón late, respiramos, movemos una pierna etc..) tenemos que ser, por ende, los únicos capaces de revertir y manejar todo aquello que ocurre en él. solo tenemos que dejar de creernos que otros con sus pastillas o sus investigaciiones son lo únicos capaces de poner remedio a lo que acontece en nuestro maravilloso unvierso de 50 billones de células.

    un abrazo hobbit

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  6. La medicina alternativa es algo que sabe de sobra, el efecto placebo es la prueba más evidente de que nos curamos nosotros mismos, pero mientras no se encuentre el modo de ganar dinero con estas evidencias, seguirán haciéndonos creer que la medicina alopática es la mejor a pesar de sus múltiples efectos secundarios y de que solamente parchea los síntomas.

    Un abrazo.

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  7. Gracias, Pedro.
    Me ha parecido apasionante esta entrada. Creo que nada es inamovible y lo más complicado es desaprender lo aprendido.
    Estoy en la onda de lo que cuentas en tu texto.
    Un abrazo,

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